
Al final todos teniamos razón. Los que decían que si y los que no. Los que decian que el amor todo lo puede. Los que enarbolaban la bandera de los derechos de la mujer. Los que mascullaban entre dientes. Los que tiraban la talla. Los psicólogos peregrinos. Los consejos de curado. Los que solo observaban y acompañaban. Todos.
Con mucho dolor y ante las pruebas groseras de soledad y desamor, tuve que dejarte ir. Dejarnos ir a los 2. Yo se que ahora estás enojado, pero algún día vas a entender. Ojalá aprovecharas la ocasión de aprender a ceder también. Pero no te arrepientas, porque si lo haces, yo no estaré. No creo que lo vayas a hacer, porque no puedes perder tiempo en dejar de mirarte el ombligo.
Yo por mientras aprovecho de decirte que esta vez no hay vuelta atrás. Porque simplemente voy a desaparecer. Y no voy a dudar si tengo que colgarte el teléfono o cerrarte la puerta en la cara.
Y te agradezco como siempre todo lo bueno y todo lo malo, confiando en Dios que en algún tiempo más me va a mandar algo mejor, más preocupado, más presente y más amante, para que valga la pena tanto sufrimiento que me obligué a pasar.
Así que fabriqué un bote donde puse todo lo nuestro, lo maravilloso, lo monstruoso, lo muerto y lo que no alcanzó a ser, y lo dejé en el río.
A la deriva.
Mientras algo se desprende como hoja de otoño: silenciosa, lenta e inevitablemente, espero ser fuerte. Al menos esta vez.