martes, agosto 31, 2010

Al fin!


Y encontré algo que no sabìa que existia.
En principio, quería bailar árabe y parecerme a las chicas de los videos de internet. Quería bailar como mis profes.

Disciplina. Arte. Sensualidad. Espectáculo. Danza. Colores brillantes. Rápidez. Sinuosidad. Humo. Liviano. Golpe. Giro eran mis palabras favoritas.

Pero por más que repetía los movimientos y lograba imitarlos, no me salía igual que las profesionales, algo faltaba.
Te podria decir que yo poseía a la danza, pero la danza no me poseía a mi. Ni la mùsica tampoco
Hasta que ayer, llegó el día. Es cierto que ensayar sirve un monton para aprender a dominar el cuerpo, para que el paso salga fluido.
Pero el calor que termina de cocer el cántaro tenìa solo un nombre: confianza en mi misma. Calma.

Y sucedió.

Logré que el paso se apoderara de mi y bailé una canción completa con el mismo paso. Y pude dominarme a mi misma

¡Al fin!

viernes, agosto 06, 2010

El halcón de zoológico

Y ahí estaba.
Con su plumaje acerado, mirando a todos esos ojos que no veían como los suyos.
Figuras grandes y pequeñas, llamadas niños y hombres, haciendo mucho, pero mucho ruido.
Y comiendo.
Él ya tenía el estómago lleno.
De pronto, un ratón blanco entre las piedras.
La multitud enmudeció.
El halcón no sabía lo que hacía-han pasado tantas generaciones entre barrotes-pero bajó en picada los 2 míseros metros que lo separaban de la ....llamémosla presa.
Muchos de los grandes que miraban sacaron cámara de video e hicieron callar a los niños.
Una voz ancestral daba órdenes a la cabeza del halcón, a sus garras. Pero el idioma tan antiguo se le hacía difícil.
Además, no tenía hambre.
Observaba, como hipnotizado, al ratón.
Y el ratón, que había nacido sobreviviendo desde siempre, se agazapó entre las piedras, el gran ave tapaba toda la salida con su -honestamente- pesado cuerpo.
Luego, siguieron angustiosos 15 minutos, en los que el halcón avanzaba y retrocedía, miraba al ratón girando la cabeza, como si no lo comprendiera aún. El ratón no movía un músculo y su respiración se veía agitada.
Algunas personas dejaron el lugar. Otras, para no gastar batería, apagaron la cámara, pensando en la gran historia que inventarían después (ya que el halcón no les daba muchas alternativas).
Y entonces...pasó.
El halcón se avalanzó sobre el ratón, extendió sus alas en un gran salto y con una sola garra apretó el pequeño espinazo blanco, asfixiando al ratón...y
lo soltó con sorpresa, retrocediendo y dando tumbos.
El ratón, era de esperarse, se escapó por el primer espacio libre que vieron sus ojos, el halcón lo quedó mirando con desazón, y lo siguió a su nuevo escondite, sin saber muy bien lo que hacía.

Como fueron tantos minutos-sabemos que en circunstancias reales habrían sido décimas de segundo o almuerzo perdido-, pasé por todos los estados y emociones.
Y al final me dolió.
Un ave tan hermosa, creada con inteligencia y construida con precisión, una máquina de matar, capaz de volar y ver tan lejos...confinada a realizar chambonadas en una jaula de 3 metros cúbicos porque las comodidades de la vida en cautiverio mataron lo mejor de su espíritu: el instinto de supervivencia. La valentía de ir hacia la aventura porque el hambre te carcome las entrañas. El esfuerzo para obtener lo tuyo. La curiosidad de probar el horizonte, las corrientes de aire que te pueden levar más lejos de lo que conoces.
Ese halcón ni sabe lo que es cazar para comer, ni girar en el aire para conquistar una pareja, ni echar a los polluelos ya crecidos del nido. Osea, no tiene idea para qué está hecho.

Finalmente me pregunto si el halcón y el público del zoológico no serían iguales. Me pregunto cuántos de nosotros estamo en un cautiverio y no nos damos cuenta.

Y cuántos, de nosotros, somos para lo que estamos hechos, y no, para lo que nos encierran los demás.